Reseña del libro de Waris Dirie & Cathleen Miller: Flor del Desierto

El libro es una biografía de la propia autora en el que cuenta su dura y triste infancia. Waries es una niña de familia somalí musulmana que vive en el desierto. Todas las mañanas ella salía con sus cabras en busca de agua y comida. Una tradición que tenían los somalíes era la costura del clítoris para que no tengan relaciones sexuales con ningún hombre, excepto su futuro marido.
Un día llego su padre diciéndole que le había encontrado marido y ella no quería casarse tan joven ya que tan solo tenía 13 años. Lo pensó muy bien y habló con su madre porque decidió fugarse ya que ella pensaba que Dios le había escrito otra vida y no la que tenía. Una mañana se levantó y se fue. Sufrió muchos intentos de violación mientras iba de camino a Mogadiscio a la casa de su tía, pero supo cómo salvarse. Llego a la capital y lo pasó mal ya que su tía no la quería con ella en casa y ella decidió salir a buscar trabajo. Un día por casualidad, mientras trabajaba limpiando los baños de un restaurante se le acercó un fotógrafo y le preguntó si podía hacerle una foto. Ella aceptó. Así se convirtió en una gran modelo y encontró a su amor y se fue a vivir a Londres. Es su libro que me ha gustado mucho ya que es muy interesante saber cómo vivían hace muchos años y cómo sufrían las niñas al coserles el clítoris y obligarlas a casarse con alguien que no conocen y mucho mayor. Es un libro muy fácil de leer y muy bonito y triste a la vez.

 Meryem Aharchi – 1º Bach. Humanidades

REFLEXIONES SOBRE DESCARTES

No es posible, a priori, saber cuántos momentos "iniciáticos" hay, ni cuáles son, suponiendo que, si bien existen momentos de paso que son casi universales, también es cierto que no todos seguimos los mismos caminos. Quizás el momento más relevante para la experiencia (occidental), es el momento que se identifica con el momento de la duda cartesiana. La tradición filosófica moderna transformó la duda de Descartes."No sé qué cosas son reales, si mis sentimientos están siendo engañados, ¿cómo puedo saber si quiera que existo?", en una duda metodológica. En este punto tiendo a diferir con los pocos autores he leído. Creo, por el contrario, que se trata de una duda visceral. (No es mi intención ponerme a analizar el Discurso del Método o las meditaciones metafísicas en detalle), prefiero mantener este texto lo más limpio posible para mi comodidad. Descartes resuelve su duda, por un lado, concluyendo que si está dudando, entonces su propia existencia (al menos en cuanto a mente) es real, "cogito ergo sum", y más adelante, apelando a la bondad de Dios y su poder frente al hipotético genio maligno que lo estaría engañando. El problema es que ninguna de las dos son del todo satisfactorias, en primer lugar porque su procedimiento para probar la existencia de Dios es, como poco, dudoso desde el punto de vista lógico. En segundo lugar, porque suponer que soy engañado sobre todo, excepto sobre una cosa, y que esa cosa sea su propia existencia supone un recorte arbitrario, y aunque es un poco más confiable que su prueba de Dios, no concluye realmente nada, puesto que de nada me sirve si ese es todo el conocimiento que puedo tener. La duda de la realidad supone un conflicto que no es exclusivo de la razón, es un conflicto ante todo de la experiencia de la realidad.. Resolverlo por medios exclusivamente racionales no es del todo una solución, en totalidad de una mente sensible. Cualquiera que haya atravesado esta experiencia habrá notado que no es difícil infundir dudas sobre la experiencia. lo que principalmente nos detiene de cuestionar la evidencia inmediata de los sentidos, es el miedo. Sin sustancia o sin tiempo carecemos de un anclaje para enfrentar la vivencia cotidiana. Además, es importante notar que nuestra experiencia es medida por nuestra memoria. Si se duda de la memoria, se duda de la propia realidad. Como señalé anteriormente, la respuesta "laica" al problema de la duda sobre la realidad consiste, casi siempre, en un salto inductivo. Este salto consiste en asumir la realidad como dada, como un dato, como si saliera de nuestra propia experiencia que sus percepciones son verdaderas. Es en este punto en el que hablare de Hume que da un paso importante en torno a las causalidades. Para él, la causalidad no forma parte del terreno de la experiencia, no existe más allá de la inducción. Lo que si existe, para la experiencia, es la conjunción constante. Ahora bien la inducción debería realizarse sobre esta conjunción constante antes que sobre una supuesta causación en el más amplio sentido de la palabra. 

 MARCELO MARTINEZ FRAILE. 4ºA.

Relato sobre violencia de género

Haria
Haria admiraba el mundo desde el otro lado. El velo protegía su ser mientras todo giraba… tan lejos.
Flotando en el bazar a solas, su hogar una cárcel. ¿Quién la vio deslizarse lentamente entre portezuelas y plazas, laberínticos pasadizos, Sherezade y sus mil y un secretos entre colores y formas y olores en una bacanal interminable de los sentidos?
Los seres humanos y sus espinas no dañaban la superficie prístina de su sensibilidad.
            Una vez la vi llorar, una sola vez. Se me partió el corazón.
Tristeza es la cruda superficie de un acero frío mientras la sangre brota caliente de una herida que olvidaremos.
Con el paso de los años comprendió el destino del pajarillo enjaulado. El sufrimiento de los sueños que anhelan volar. La costumbre son las horas infinitas, entre la tradición y la rutina, doblegando la voluntad indomable de una mujer libre.
             Melancolía es un dolor crónico del tiempo que perdimos. Peor, de aquello que éramos o fue con nosotros.
            La tarde se abatía al este, el bullicio era tan solo el eco sordo de una multitud extraña, un enjambre apagado, dormido. Su cuerpo vagaba lánguido. Sin rumbo. Tomando deliberadamente el camino más largo, prolongando la ilusoria libertad de un presente efímero.
 Desesperación es la herida de muerte en la conciencia de un ser humano abocado al vacío de un presente que odia vivir.

            Haria caminaba. Decidida a no pensar....

                                                                                                                  I. R.

Discurso del director para la celebración del trigésimo aniversario del IES

CUMPLEAÑOS IES SIERRA DE AYLLÓN – 15/XI/2017

Tendrán que disculparme si estas palabras van encabezadas por una pequeña lección de historia. Y es que hoy celebramos el XXX aniversario de la creación de este centro, pero a mí me gustaría referirme a un hecho anterior, mucho más lejano en el tiempo y que, sin embargo, es la base de lo que significa nuestra labor aquí como docentes y de lo que representa el IES Sierra de Ayllón. Muchos de ustedes sabrán que cuando en los años 30 del pasado siglo los pedagogos modernos se propusieron rescatar al campo español de su ignorancia,  la iniciativa más recordada y ambiciosa consistió en la creación de unas “misiones ambulantes”, más tarde llamadas pedagógicas, con las que un puñado de profesores e intelectuales pretendieron llevar la cultura a los rincones más aislados y remotos del país. Estas escuelas vagabundas, apoyadas sobre todo en el idealismo de sus maestros, a los que Juan Ramón llamó “marineros del entusiasmo”, llegaban a los pueblos con un camión cargado de libros para formar una biblioteca escolar y en donde también había sitio para un proyector de cine, discos de la época, decorados con los que hacer títeres y montar pequeñas piezas de teatro o reproducciones con las que mostrar las grandes obras de la pintura. La primera de estas iniciativas tuvo como destino Ayllón y a este pueblo llegaron los misioneros el 17 de diciembre de 1931. A pesar de la lejanía que nos imponen el tiempo y cierta distancia irónica resulta fácil imaginar el desconcierto y el asombro que produjeron aquellos maestros entre sus habitantes. Nos han quedado testimonios, fotos robadas en las sesiones de cine y teatro donde vislumbramos rostros sorprendidos en un instante de maravilla. Niños, hombres, mujeres, ancianos que abren la boca y sonríen con los ojos brillantes. La demostración, en definitiva, para fastidio de los escépticos, de que la cultura puede hacer feliz a cualquiera.
Vuelvo al presente. Uno pensaría que las cosas han cambiado, pero no nos apresuremos. A primera vista parece que nos queda muy lejos aquel cuerpo de profesores voluntarios que llegó a Ayllón una fría mañana de diciembre, pero en el fondo subyace un espíritu similar. De Segovia, de Burgos, o incluso de Valladolid, todas las madrugadas nuevos misioneros se ponen en marcha para llegar al pueblo recién amanecidos, con el tiempo justo para desperezarse y comenzar las clases. Y no quisiera olvidarme aquí del esfuerzo similar que hacen sus alumnos, los padres, al recorrer esos treinta, cincuenta o sesenta kilómetros para venir al centro. ¿Las cosas han cambiado? Yo diría que se comparte un mismo ánimo vocacional, que estos profesores creen como aquellos en lo que hacen, tal vez porque están convencidos de la importancia del magisterio y se toman su trabajo pasionalmente, de una manera semejante a la de aquellos “marineros del entusiasmo” de Juan Ramón (en verdad hace falta mucho entusiasmo, un entusiasmo rayano en la demencia, para coger un coche a las cinco de la madrugada y viajar casi dos horas para llegar a tu centro de trabajo). Provistos de buena voluntad y de energía ensayan –dentro de los a menudo estrechos márgenes del sistema- diferentes métodos, apuestan por la innovación en sus clases y esas caras de las que hablaba antes vuelven a aparecer. De nuevo se produce el milagro y en las aulas resuenan las risas y pasan los años y alguno de esos alumnos seguirá conservando el recuerdo del “profe” de “mates”, de la de inglés, de muchos de los que llegaron a este centro y pasaron aquí un año tan solo, apenas unos meses, tiempo suficiente, sin embargo, para revolver su mente y animarles a buscar su lugar en el mundo. Y no creo equivocarme si digo también que muchos de esos profesores se llevan una huella parecida.
No quiero alargarme mucho más. Me toca ceder la palabra a nuestros alumnos, al fin y al cabo ellos son la causa de que todos nosotros estemos aquí, y creo que tendrán cosas mucho más interesantes que contar. Me queda, sin embargo, una reflexión al final: la idea de que este centro es un espacio donde convergen vidas que a menudo se enlazan para siempre y que es nuestra responsabilidad preservarlo, mantener vivo el impulso de aquellos docentes y fortalecerlo día a día para que siga creciendo.
Muchas gracias.



Álvaro Acebes Arias